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Se considera la dignidad altísima del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, “llamado por Dios a ser El”.
Si esto es el hombre como persona, ¿cómo podemos pensar al hombre como organismo, a los procesos fisiológicos que regulan el organismo, cómo podemos leer esta impronta de Dios en la ley que armoniza varios componentes, las múltiples dimensiones que constituyen el ser hombre?
Para intentar  responder a estas preguntas, hago primero un breve comentario a aquellas que son las tendencias actuales de la filosofía de la medicina. Podemos leerles esencialmente dos aspectos en aparente contraposición: por una lado existe, y se experimenta sobretodo en la práctica médica, una fragmentación casi desesperada, del otro lado está la exigencia de considerar lo único de la persona, de encontrar lo unitario.


   Por un lado, existe la tendencia a considerar el cuerpo físico, pasando por alto la unión cuerpo y mente, o, en una óptica complementaria, la relación espíritu y materia, y esta separación se refleja luego en las diversas dimensiones del tratamiento y la curación, de reencontrar lo unitario.
   El cuerpo es así considerado estrictamente parcializado, para lo cual aparecen muchos especialistas empeñados en la curación y el tratamiento del cuerpo, provistos en ámbitos exclusivamente biofísicos.
   Este fenómeno, que nace en una perspectiva cartesiana, contribuyó a perder el significado espiritual de la enfermedad, por lo menos en el mundo occidental, y llevó a considerar la enfermedad como una debilidad creciente de un organismo que se deteriora por varias causas, debilidad que la “ciencia médica” cura, o por lo menos da consuelo, o espera curar en un futuro próximo, gracias a los mismos progresos. En consecuencia, por ejemplo, se acepta el hecho que las convicciones personales y religiosas resguardan el sufrimiento ofreciendo modalidades para afrontarlo y administra más eficazmente en el aspecto personal, una influencia que siempre existe, también si no se considera. Basta pensar en la necesidad de aquellas convicciones personales y religiosas en la superación de la fase aguda de la enfermedad o la rehabilitación.
   Pero se dice que esta tendencia no es unívoca. De hecho no faltan voces que en el ámbito médico lamentan esta concepción caracterizada por una excesiva especialización y una hipertrofia de las intervenciones técnicas.
   Y en efecto, un segundo aspecto de la cultura médica actual está en tendencia contraria al aspecto visto hasta ahora: de hecho, en el mundo sanitario va apareciendo la conciencia que la espiritualidad es el “factor olvidado” en medicina, evidenciando entonces la necesidad de recuperar una visión unitaria de la persona, en cuanto comenzar a realizar una formación en ese sentido, y que se inserte en el currículo de los estudios de la facultad de medicina y enfermería.
   Y ahora, los descubrimientos científicos más recientes muestran más claramente la interrelación estructural entre todos los fenómenos del organismo.
   Estas tendencias contrapuestas a la filosofía médica en realidad han expresado y ambas expresan los aspectos positivos; aspectos que tienen necesidad de llegar a una síntesis, de estar armonizados entre ellos. ¿De qué manera? La respuesta se puede revisar considerando la ley que Dios ha escrito en el hombre.
   En cada creatura se puede notar por analogía la marca de la Trinidad, como ser, porque es un universo viviente, que existe en relación con los otros y con el mundo, y también porque la relación es causa misma de su existencia.
   El hombre, vértice de la creación, es creado a imagen y semejanza de Dios, y esta imagen la encontramos no solo en el alma, sino también en el cuerpo: el hombre lleva en sí la ley trinitaria en la unidad de la persona y en la multiplicidad de sus dimensiones.
   El hombre es fruto de un acto creativo del amor de Dios. El Amor no es solamente uno de los atributos de Dios, sino aquello que expresa al Ser: la ley del amor del Dios Uno y Trino se manifiesta también en la creación.
   “En la creación todo es Trinidad; Trinidad las cosas en sí, porque su Ser es Amor, es Padre; la Ley en él es Luz, es Hijo, Verbo; la Vida en él es Amor, es Espíritu Santo. (...)Y son Trinidad entre ellos, que una es del, otro Hijo y Padre, y todos concurren, amándose, al Uno, de donde salen” .


La impronta trinitaria en los procesos celulares

Esta impronta trinitaria es la ley sustancial que se encuentra en la base de cada proceso bioquímico, celular: se la puede leer en la profunda unidad de todo el organismo  en las múltiples funciones, que son distintas y al mismo tiempo en continua y vital interrelación, interdependencia.
   “Las Tres (personas de la Trinidad) viven unificándose por su propia naturaleza: Amor, y unificándose (= anulándose) se reencuentran. Las Tres se hacen uno por amor y en el único Amor, se reencuentran.
   Una confirmación de  este dinamismo, de esta relación entre muerte y vida, se puede encontrar también en el campo de la biología.
   Como en la vida trinitaria, la relación entre personas requiere el anulación de uno en el otro, también a nivel biológico, por analogía, lo dinámico de la vida de relación a nivel macroscópico (clínico) y microscópico(celular) comprende necesariamente el anulación, la muerte, para la vida.
   Cuando este proceso ordenado se interrumpe, nace la patología.
   Vemos brevemente que significa esta afirmación en un ejemplo particular, que deriva de algunas adquisiciones científicas a nivel celular.
   Cada uno de nosotros es un microcosmos, una nebulosa viviente, compuesta de decenas de miles de células, las cuales interaccionan componiendo nuestro cuerpo y generan nuestra mente; en consecuencia, cada pregunta sobre nuestra vida y sobre nuestra muerte nos lleva a una pregunta sobre la vida y sobre la muerte de las células que nos componen. Por mucho tiempo se pensó que la muerte de nuestras células, en analogía a nuestra muerte individual, podía deberse solamente a accidentes y destrucción, de una incapacidad fundamental de resistir al deterioro, al pasar del tiempo, y a las agresiones permanentes del ambiente externo.
   Ahora sabemos que la realidad es de naturaleza más compleja: se  revela una visión radicalmente nueva de la muerte, como un misterio del corazón de la vida.
   Desde una visión fisiológica, cada célula del organismo posee en cada momento y durante toda su existencia  la posibilidad de autodestruirse en pocas horas, como otras se transforman durante el proceso fisiológico de la vida. Este fenómeno no fue llamado apoptosi, un termino griego que significaba originalmente “la caída de los pétalos de las flores y de las hojas de los árboles”, porque pone en evidencia un proceso de “muerte para la vida” – sin alterar por lo tanto la complejidad de la estructura del tejido – sino, por el contrario para permitir un nuevo desarrollo.
   Somos sociedad celular formada por muchos componentes, ninguna de la cual vive por sí sola, y ninguna puede sobrevivir sola. El destino de cada una de nuestras células depende de la permanencia de la calidad de las uniones que es capaz de realizar con su ambiente. Y en esta interdependencia, para lo cual no existe alternativa, ¿en qué se sujeta nuestra existencia y se funda nuestra perennidad?
    En el diálogo permanente que se establece desde el inicio de nuestra existencia entre las diversas poblaciones celulares que nos componen, el diálogo genera la vida, pero genera también la “muerte” necesaria. Ya en la vida fetal, la eliminación de algunas células parece ser un requisito indispensable para permitir la diferenciación de líneas celulares con diversa especialización:  esto significa que, para construir la complejidad del organismo, es necesaria la muerte de algunas células.
   Si este es un mecanismo indispensable durante el desarrollo embrionario, lo es también en el adulto, donde, por ejemplo existe la función de constituir una barrera para la proliferación tumoral.
   Esto que se dijo se puede leer también en otra perspectiva, que subraya el fenómeno patológico: esto se verifica cuando existe una anomalía en la capacidad, que todas las células del organismo poseen, de morir y desaparecer silenciosamente en respuesta a estímulos químicos específicos. Los últimos estudios científicos, demuestran cada vez más claramente, que el momento decisivo para la transformación de una célula normal en cancerosa, puede ser justamente la pérdida de la capacidad de morir. No siendo más sensible a estos “estímulos” que el organismo manda continuamente a sus células para regular el crecimiento en número, las células adquirirían la capacidad ilimitada de crecimiento que caracteriza a los tumores malignos.
   Estos descubrimientos están revolucionando el campo de la búsqueda farmacológica: los desarrollos más recientes en el campo de la farmacología oncológica son enderezados hacia la síntesis de fármacos que sean capaces de “enseñar” a las células a obedecer a este búsqueda de muerte, para poder permitir la vida del organismo entero.
   Pero también en otros ámbitos se está revelando la importancia de la apoptosi : por ejemplo en el campo de las infecciones virales, la muerte de una célula infectada representa un mecanismo de defensa celular para prevenir la propagación viral.
   En conclusión, un evento positivo –la vida- parece nacer de un proceso siempre negativo –aquel de la muerte, en este caso causada por autodestrucción, para llegar nuevamente a la vida.
   Como comentario de este dinamismo de muerte y vida, me parece eficaz estas palabras de Klaus Hemmerle: “(...)Todo alcanza  su fin y realiza su esencia entrando en la propia racionalidad, en la trascendencia de sí, en su poseerse dándose a si mismo y en el estar observándose uno en el otro y el uno por el otro. El valor que cada realidad tiene en sí misma depende de cómo vive el amor”.


La salud como realización del designio de Dios sobre el hombre

Hasta ahora consideramos la ley trinitaria en relación al organismo humano en lo microscópico, en la biología celular. Veamos ahora a este dinamismo de muerte y vida a nivel, por así decirlo, macroscópico, sobre el plano de la antropología médica, con algunas reflexiones que contienen el concepto de salud.
   En los últimos decenios hemos asistido a una rápida evolución del mismo concepto de salud: la reflexión en el ámbito de la filosofía de la medicina ha querido encontrar nuevos significados para llegar a definir en que consiste realmente la salud.
   No nos detendremos en los modelos teóricos de salud, que se han sucedido en la historia del pensamiento médico y que requerirían una profundidad más amplia, con referencias a varias líneas filosóficas y antropológicas.
   Pero, en una apretada síntesis, se puede decir que se pasó de una concepción de salud entendida como ausencia de enfermedad, a la salud entendida como un estado de completo bienestar físico, psíquico, social y últimamente a salud entendida como “equilibrio dinámico y como desarrollo de potencialidad”.
   Esta definición de salud como desarrollo de potencialidad es una confirmación de la importancia de la personalidad singular y única de cada uno: personalidad que se pone en discusión en la salud, en la enfermedad, en el dolor.
   De hecho, la sensación de salud de la persona no depende exclusivamente del hecho que la célula esté intacta, ni siquiera que estén enteras las funciones de sus órganos, ni de la concepción ideal que responda a las expectativas de una determinada situación social, sino que está subordinada a la posibilidad de conducir una vida conforme a su propia personalidad, que permita la realización plena de la persona. Esta posibilidad de realización está en el plano de lo vivido, es decir sobre el plano de una salud perceptiva subjetivamente y no solo de un perfecto funcionamiento de varios procesos bioquímicos y de varios aparatos; por otra parte se demuestra que una buena percepción del propio estado de salud, más allá de presentar una enfermedad orgánica, es un factor protector de la comparación entre  enfermedad y mortalidad.
   Pero, ¿qué significa esto en relación al proyecto de Dios sobre el hombre?
   La característica fundamental de la persona no es tanto aquella de poseer un cuerpo, de utilizarlo, de la capacidad, sino más bien aquella de poseer una cualidad trascendente, de llevar en sí la impronta del Creador y de poder realizar
en grado máximo, esta impronta.
   Por otra parte, se considera que salud y enfermedad son partes imposibles de eliminar de la historia de la persona, y que esta tiene un pasado, un presente, y tiene un presupuesto a futuro donde existe la esperanza de cumplir totalmente la vida. Existe una inevitable metafísica correlacionada en la experiencia y en el lenguaje de salud y enfermedad.
   En esta perspectiva, se puede definir a la salud como la plenitud de la respuesta al designio de Dios sobre la persona. Esta plenitud puede también coincidir con la salud a nivel biofísico.
   Pero la plena realización del designio de Dios sobre la persona la podemos ver completa en el momento culmen de la vida de Jesús, el Abandono.
   “Si hay alguien que piensa que afirmando el Yo logra pelear con cuanto no es yo, (en este caso podremos decir con la enfermedad) ya que todo aquello que no soy yo se siente como límite, y además como amenaza de mi integridad, Jesús Abandonado, en aquel terrible momento de su pasión, nos dice que la conciencia de su subjetividad, mientras parece venirse abajo, estando El como alienado, justamente así llega la plenitud.
   El nos manifiesta, con su ser reducido a nada, aceptado por amor del Padre a quien se abandona (<en tus manos encomiendo mi espíritu> Lc 23,46), que yo soy yo cuando no me cierro al otro, sino cuando me dono, cuando me pierdo por amor en el otro.(...)Mi subjetividad por lo tanto es cuando no es por amor, cuando se transfiere totalmente por amor al otro.
   Jesús Abandonado es la revelación máxima de la conciencia, como afirmación de sí mismo, mientras se dona al otro, en una alteración que en su máxima extensión, está justamente, el ser”.
   De esta premisa deriva también un correcto concepto de curación. Mientras en el ámbito científico se hace coincidir la curación con la restitución ad íntegrum
-es decir con la recuperación del estado precedente de salud, el simple retorno a una situación pasada- en esta perspectiva la curación significa más bien la realización de una nueva integridad, según el designio de Dios sobre cada uno. Chiara observa, de hecho (...) a las enfermedades como expedientes, en manos de la Providencia de Dios, para sacar de la masa sin forma de nuestro yo, la figura de Jesús, Jesús.
   La realización plena de una nueva integridad la podemos ver entonces en Jesús Abandonado, también en el significado de una “regeneración”, es decir de una nueva generación, por El completada en aquel momento culmine de Su vida, regeneración que se podría leer como una nueva realidad sustancial del concepto de restitución ad íntegrum.
   Y derivan implicancias importantísimas en otra prospectiva, también.
   Jean Bernard, académico de Francia, afirma que la medicina ha cumplido más progresos en los últimos 50 años, que en los 50 siglos precedentes, confiriendo al hombre el poder, no sólo de vencer numerosas enfermedades, sino directamente determinarse a si mismo.
   Esta exaltación del poder médico hace que la sociedad actual tenga la imaginación exasperada, de ficticio bienestar, de rechazar el dolor, de afirmarse de forma narcisista  que la tecnología médica captura y amplifica; el dolor, que constituye el reconocimiento del límite propio en nuestro ser creatura, se opone  a una presunta omnipotencia, que llega a atentar el núcleo fundamental de la vida misma.
   Son ejemplos la manipulación genética, la eutanasia, el diagnóstico prenatal, la fecundación artificial, la manipulación sobre el cuerpo, y muchos otros.
   Por un lado en la cultura de hoy se considera el principio de la inutilidad, del no-sentido de la enfermedad.
   ¿Dónde encontrar la perspectiva justa que aprecia la vida como un valor en sí, en cada condición de salud o enfermedad o defecto?
   En el abandono de Jesús se puede leer también la asunción de la enfermedad, del dolor, del dolor “total”, como se lo define en medicina, entendiendo con este término los múltiples componentes que constituyen el dolor, que recalcan los diversos componentes físicos del dolor, podríamos decir bioquímico, un componente psíquico, y también el sufrimiento espiritual. De hecho, en Jesús Abandonado se puede ver la “(...)síntesis de todos los dolores del cuerpo y del alma”. Pero al mismo tiempo se puede encontrar en El también la respuesta a un dolor tal, la “(...)medicina (...) de cada dolor del alma y sostén de cada dolor del cuerpo”.
   Jesús Abandonado evoca el defecto, el límite físico, la condición de vida considerada inútil, la anormalidad y al mismo tiempo cada hombre en El puede encontrar la superación del límite, del defecto, de la no perfección. “(...)a quienes se vean iguales a El y acepten participar en su suerte, he ahí que El procedía: al mudo la palabra, (...) al ciego la luz, al sordo la voz, (...) al extraño la normalidad, (...) al inútil aquello que es únicamente útil”.
   Podremos decir por lo tanto que Jesús Abandonado asume en sí la vida no perfecta, la vida no deseada, la vida disminuida y la “regenera” en una economía divina, liberándola de los condicionamientos y de los prejuicios.
   “Justamente cuando el Cielo calló y Cristo probó el supremo abandono sobre el Gólgota, entonces vino la redención del mundo, que significó: Vida”. “Dios mío, Dios mío, Porqué me has abandonado? no es quizás el grito de los dolores de parto divino de todos nosotros, hombres, e hijos de Dios?”.
   Se entrevé en El, artífice de la nueva creación, la posibilidad de proponer un modelo, por así decirlo, de salud “redimida”, de belleza “redimida”: esta perspectiva puede dar luz nueva también a las problemáticas atinentes a la medicina en sus problemas bioéticos.

   En conclusión, nos parece que se abren horizontes nuevos en la antropología médica, que seguramente van más allá de los pocos gestos descriptos y abrazando los múltiples ámbitos de la medicina: la ley trinitaria inscripta en el hombre se puede pensar como un elemento fundante de los procesos vitales, desde aquellos más simples hasta los más estructurales y complejos.
   En particular luego se podría afirmar que la dignidad de la persona, el valor de la vida no son sostenibles solo desde un punto de vista teológico, sino están inscriptos en la biología, en la bioquímica, en la fisiología, son finalmente demostrables científicamente, como la verdad sobre el hombre.

Flavia Caretta, medico geriatra
Roma, Italia

Actos del Congreso: “La salud del hombre hoy: un equilibrio realizable”, que se desarrolló en Castelgandolfo (Italia), del 30 de marzo al 1 de abril de 2001, promovido por el Movimiento Humanidad Nueva

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